“No será capaz…”, primera impresión que sentí al oír la noticia más esperada de mi entrega al cine de acción, por primera vez juntos en una misma película, las viejas glorias reunidas por, le pese a quién le pese, Stallone.
Los mercenarios son profesionales
que arriesgan mucho. Están dispuestos al sacrificio. Hay un término inglés que
les define: expendable (prescindibles), que se entiende como la posibilidad de
ser sacrificados en pos del cumplimiento de un objetivo militar.
Un grupo de mercenarios son
contratados para que se infiltren en un país sudamericano con el fin de
derrocar a su despiadado dictador. Tan pronto como inician la misión, esos
hombres se dan cuenta de que las cosas no son lo que parecen, y se ven atrapados
en una peligrosa red de engaño y traición. Con la misión frustrada y una vida
inocente en peligro, los hombres van a vérselas con un desafío incluso mayor,
él que amenaza con destruir esta banda de camaradas cuyo lazo les hace sentirse
como hermanos.
Un elenco de infarto, un guión de espanto (como en los ochenta), unas interpretaciones unidas a una dirección de actores cutre pero divertida, todo esto junto caería en el desastre si no fuera porque tiene encanto. El montaje nos muestra lo desastroso que era el cine por esa época, tan vacío en contenido que se reduce al plano de la simplicidad. Un equipo de fuertes que acaban con los malos con una frase ingeniosa en el momento final.
Estamos ante un filme homenaje, que en tierras yankees estuvo en lo más alto desde su estreno pero que al cruzar el atlántico pasó sin pena ni gloria. Las películas así en nuestras tierras patrias no obtienen la respuesta y aunque el público objetivo ya es abundante en nuestro país, no goza de un boca a boca decente, como con otras películas.
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