En la misma semana del pasado mes de Enero se cruzaron dos
estrenos de temática similar pero enfocadas de dos maneras diferentes. Una de
ellas es la encomiable Lincoln y la otra es la nueva película del excéntrico
director Quentin Tarantino. Una película a la que hay que ir preparado
psicológicamente para su visionado, no apto para estómagos sensibles.
En Texas, dos años antes de estallar la Guerra Civil
Americana, King Schultz (Christoph Waltz), un cazarecompensas alemán que le
sigue la pista a unos asesinos para cobrar por sus cabezas, le promete al
esclavo negro Django (Jamie Foxx) dejarlo en libertad si le ayuda a atraparlos.
Él acepta pues luego quiere ir a buscar a su esposa Broomhilda (Kerry
Washington), una esclava que está en una plantación del terrateniente Calvin
Candie (Leonardo DiCaprio).
La breve pero intensa filmografía del director, Quentin
Tarantino, nos vale para mostrar lo que es un estilo único en el cine, no tiene
reparo en mostrarnos violencia gratuita junto con la ironía de unos diálogos
trabajados (a veces demasiado pesados). Django se convierte en una locura
desatada de principio a fin, pero una sana locura que hace que nos riamos de
los momentos más sangrientos disfrutando del dolor y la ironía.
El ya galardonado actor, Christopher Waltz, hace un papel
elogiable, sagaz y muy divertido. Jamie Foxx no está a la altura, pero se mete
en su rol eficazmente y nos deja un personaje con un par de frases, ya míticas,
para la historia del cine. Mención especial tiene Leonardo di Caprio, al que ya
se le escapan por capricho ajeno los galardones en sus últimas
interpretaciones, encarna a un villano ameno y eficaz, capaz de sangrar
(literalmente) si el papel lo requiere, ofreciéndonos una dupla con Waltz
verdaderamente estimulante.
La música de la que se empapa la obra (la mejor si no
contamos Reservoir Dogs y Pulp Fiction) proviene del más mítico Spaghetti
Western y se adapta a cada escena, plano y movimiento de cámara, resultando tan
descriptiva como auténtica.
En conclusión: Django se convierte en un excelente resurgir
Tarantiniano, después de la soberana tontería que resultó ser Malditos
Bastardos con la feliz excepción de Christopher Waltz.
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